Todavía recuerdo el abrazo de satisfacción que me dio mi por entonces suegro, cuando aquel enero de 1990 le comuniqué que había fichado por La Caixa; era como si con aquel abrazo me estuviera diciendo: ¡de aquí a la jubilación todo está hecho, chaval! Para él, en ese momento, me había convertido en una persona con la “vida resuelta”, porque entrar a trabajar en esa empresa era sinónimo de buen sueldo y puesto de trabajo seguro; me había convertido en el yerno ideal, que aseguraba la estabilidad económica a su hija. ¡Poco se imaginaba los disgustos que le iba a dar al año siguiente!
Han pasado veintiún años y todavía una gran mayoría de las personas de este país piensan en “colocarse”, y no precisamente con un canuto. La principal aspiración laboral de estas personas es conseguir un sueldo fijo y estable, entrar en la plantilla de una de esas grandes empresas que son algo así como un ministerio, y los más concienciados prepararse unas oposiciones para estar aún más seguros. Esta gente sufrirá lo que yo llamo “el mal del funcionario”.
El mal del funcionario no es buscar un sueldo fijo, es lo que indefectiblemente viene a continuación, es esa laxitud que llega algún tiempo después de haber logrado el objetivo de “colocarse”, y que convierte a esas personas en una especie de zombis pasotas, convencidos de que hagan lo que hagan nunca pasa nada que les pueda perjudicar, que las consecuencias de sus acciones, de sus malas o erróneas acciones, nunca llegan a oídos de sus superiores porque la estructura de la empresa es demasiado grande o porque sus superiores simplemente pasan. El mal del funcionario es un virus que lleva años extendiéndose y que en estos tiempos de crisis, lejos de desaparecer por la incertidumbre laboral, se aferra como una garrapata a muchas personas.
El año pasado estuvimos asustados con la famosa gripe A, y nunca nos hemos preocupado de una pandemia peor: el mal del funcionario. Sin hacer ruido se ha colado en nuestras vidas hasta el punto de que nos tiene hipotecados, porque todos lo sufrimos aunque no estemos infectados por él. Nunca podré entender por qué un juicio tarda en celebrarse años, ni por qué hay que esperar más de un año para recoger un título de bachillerato, ni por qué una operadora de telefonía necesita cuatro días para comprobar que he realizado un pago o un mes para darme de baja la ADSL que di de alta en unos minutos. Como decía un amigo hay funcionarios de verdad y funcionarios funcionales, y la empresa privada se está dejando invadir por estos últimos; incompresible, pero cierto.
Dejando al margen que nunca podré entender a este tipo de gente, de pobre gente, me da pena ver cómo son mayoría, porque a mi modo de ver, esto dice muy poco de un sistema, de un país. Hace meses leí una entrevista a un directivo español del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y en ella este señor comentaba que la diferencia entre un estudiante español y un estadounidense era que el español después de la carrera prefería prepararse unas oposiciones, y el estadounidense ya tenía una idea para crear su propia empresa. Gran diferencia.
No pretendo hacer desde estas líneas apología del emprendimiento, tan lícito es tomar ese camino como no tomarlo, pero me preocupa que haya tanta gente que lo único que busca es un sueldo; no sé, creo que todos podemos buscar algo más.
Buen fin de semana, nos vemos. Salud y Bayyana!!!